domingo, 16 de diciembre de 2012

Cómo acompañar a los niños y las niñas en el duelo

     Hoy hace 20 años que perdí a una persona muy querida. Este hecho me ha marcado desde entonces y todavía hoy tengo que lidiar con parte de las consecuencias de aquella pérdida tan dolorosa.
    Y ¿Por qué contar esto? Porque yo era todavía una niña y ahora, como adulta y como maestra (o persona que está muy en contacto con la infancia) veo lo sola que se sintió esa niña al estar todo el mundo alrededor ocupándose cada cual de su propio dolor, así que he decidido contar aquí lo que pienso sobre cómo acompañar a un niño o niña al que le toque vivir algo así, sobretodo desde la escuela (que es desde donde yo puedo colaborar).
     Yo supongo que el cómo cada persona experimente la muerte de alguien cercano depende de muchos factores: su edad, su madurez, cómo lo viven los de alrededor (sobretodo su familia directa), la información que se le da, los comentarios que oye o que se le dicen, la espiritualidad con la que lo viva la familia, etc... por eso, lo mejor es dejar un espacio donde puedan expresarse libremente, sin juicio y puedan preguntar sin miedo, obteniendo respuestas, aunque la respuesta que le dé un adulto sea "no lo sé, yo no tengo la respuesta". Es muy importante la sinceridad de los "mayores" en este caso; es verdad que cuando son muy pequeños/as hay que adaptar ciertas explicaciones o ayudarse de cuentos que intentan explicar en qué consiste eso de la muerte, pero sí están preparados y preparadas para entender que mamá y papá están tristes y pueden llorar. Ojalá no tuvieran que verles tristes ni llorando, ojalá pudiéramos vivir los adultos estas pérdidas con más aceptación y menos dolor pero, si hay dolor y se sufre, entonces los niños y niñas lo ven y lo perciben y por eso, es mejor poner palabras y expresar qué estamos sintiendo, sin cambiar la realidad ni ocultar las propias emociones (sin olvidarnos de atender las emociones de los que aún siguen vivos).
     No podemos evitar la muerte, no podemos evitar que se nos vaya alguien querido, pero sí podemos evitar que las consecuencias de dichas experiencias sean aún más dolorosas.
       Cuando un niño o niña (insisto que depende mucho de la edad y que cada caso es distinto) pierde a una persona de su entorno más cercano, además del dolor de la propia pérdida (que dependerá mucho del dolor que sientan los adultos), surgen emociones muy difíciles de identificar. Estas emociones pueden estar relacionadas con la culpa. Sí, con cierta frecuencia, el niño o niña se siente culpable, bien por el hecho en sí de la muerte (tienen ese pensamiento mágico en el que creen que por haberlo dicho o pensado en un enfado, han podido ser los responsables) o por sentir que podrían haber hecho algo para evitarlo, o en otras ocasiones (cuando son más mayores) pueden llegar incluso a sentirse culpables por quedarse aquí, en la vida y que le haya tocado a otra persona morirse (yo escribo aquí justo casos con los que yo me he encontrado; puede sonar algo extraño o puede que haya más situaciones que yo desconozco). En cualquiera de los casos, hay que hacer lo posible para que el niño/a no sienta ni un poco de responsabilidad.
      El ambiente que rodee al niño o niña y las cosas que se le digan o escuchen, influirán mucho en cómo sea su duelo. El duelo es el proceso de adaptación emocional que sigue a cualquier pérdida; en este caso sería el tiempo que cada cual necesita para elaborar dicha pérdida. En ese proceso  es necesario dejar salir las emociones que surjan, permitirse sentir el dolor, la pena (el alivio, en algunos casos), etc... y cuidarse hasta que se asimile dicha pérdida (el tiempo depende de cada persona).
     Como maestra, tuve la oportunidad de acompañar a un alumno que perdió a su padre, cuando estaba en 5º de Primaria. Mi primera reacción fue la de asustarme por no saber cómo actuar con él. No puedes hacer como si no hubiera pasado nada, no puedes ponerte a llorar, si eso te hace perder la capacidad de ayudarle, y no puedes olvidarte de que hay otra parte de alumnos y alumnas que también necesitan atención en estos casos y un espacio donde poder hablar, preguntar, opinar, compartir experiencias personales y dar ideas sobre cómo recibir a su compañero/a.
    Desgraciadamente, en nuestra cultura estamos muy poco preparadas y preparados para afrontar estos temas. Los más pequeños/as son muy espontáneos/as y no lo viven como un tabú pero, a medida que van creciendo, y aprendiendo de cómo lo viven los adultos, estos temas se convierten en esas cosas de las que "no se habla" y entonces, nos sentimos más perdidos/as. Pero los/las que lo deseamos, hacemos lo posible por romper ese tabú. Cuando has tenido tú la experiencia, el tabú va desapareciendo por lo real del asunto y porque te acostumbras a hablar de ello con la naturalidad cruda y real del tema y vas acostumbrando a los demás a que pregunten sin miedo y a que compartan también sus inquietudes. Cuando te toca poner eso en práctica con un niño y quieres actuar con naturalidad, desde el amor y sin pasar por encima como si nada (a veces es lo más fácil porque te aseguras no meter la pata, o eso crees), entonces te puedes sentir algo desorientada...al menos así me sentí yo. Y, menos mal que, en mi desorientación, encontré el apoyo de Vicky, amiga y orientadora del colegio en aquel entonces. Y ya os digo si me orientó, no porque me diera material para leer, ni porque me dijera frases concretas para utilizar con mi alumno, que lo hizo, sino porque me hizo comprender por lo que estaba pasando ese niño y su familia, las posibles emociones que podía estar sintiendo y me ayudó a comprender el papel que me tocaba asumir como maestra. Lo primero que hice fue hablar con él a solas, preguntarle que si me quería contar cómo estaba, hacerle sentir que se le permitía tener cualquier emoción que estuviera sintiendo y acordar con él qué información quería darle a sus compañeros y compañeras y si quería hacerlo él o prefería que lo hiciera yo. Después pasé a leerle los "derechos" que tiene una persona (en este caso un niño) que está de duelo:
Tienes derecho a sentir lo que sientas en cada momento (susto, pena, rabia, miedo, incluso alegría, alivio o nada en absoluto).
Tienes derecho a elegir si quieres expresar cómo te sientes y la manera cómo quieres hacerlo.
Tienes derecho a desconectar de las explicaciones de la profe y a salir de clase cuando lo necesites, incluso sin avisar.
Tienes derecho a no traer hecha la tarea y a hacer el examen cuando tú decidas.
Tienes derecho a celebrar un ritual de despedida en el aula o en el cole.
Tienes derecho a disgustarte por problemas cotidianos.
Tienes derecho a recordar a la persona que ha muerto y hablar de ella (o no), etc...
y todos los derechos que le hagan sentir a la persona, que está en un momento especialmente sensible y que las personas de alrededor lo sabemos y estamos ahí para acompañarle. En realidad, leerle estos derechos a alguien es respetar su momento y hacerle sentir que lo que sienta y lo que haga "está bien".
    En el aula hicimos un ritual de despedida y encendimos una vela en una mesita que dejamos durante tres días en el centro de la clase (el niño decidió cuando se quitaba). Cada niño y niña de la clase, en silencio, actuó según sus creencias (o las que tienen en casa): alguno rezaba, alguna transmitía energía positiva y otros no hacían nada (ahí la maestra debe cuidar mucho lo que dice y debe respetar la diversidad de creencias y religiones, sin influir con sus convicciones personales, aunque, por supuesto, también pueda compartirlas).
     Desde ese momento toda la clase acompañaba a su compañero en su duelo y se podía hablar, en las asambleas o en cualquier momento, de la muerte, de los accidentes, de la enfermedad, etc... o se le preguntaba abiertamente cómo se iba encontrando. Los niños y niñas se sienten muy atraídos hacia el tema de la muerte y necesitan preguntar y aclarar sus dudas en la medida de lo posible. Yo he percibido, en conversaciones con adultos, que sigue siendo un tema del que no se habla (no sé si por miedo a atraerla o porque en realidad no sabemos mucho de ella) pero lo que sí es cierto es, que la única verdad de la que podemos estar totalmente seguros/as, es que nos vamos a morir por el simple hecho de estar vivos/as y creo que es mejor hacer partícipes a los niños y niñas de eso y, si nos toca vivir la muerte de algún familiar de un niño o niña que conozcamos, nos acerquemos y le digamos sin miedo "siento tu pérdida" y "estoy aquí por si puedo hacer algo para que te sientas mejor".
     No llegué a preguntar a mi alumno si deseaba celebrar un ritual con todo el colegio pero hoy sí lo haría. Veo la escuela como un conjunto social donde es importante compartir las experiencias y donde siento que es positivo que todo el grupo conozca la situación por la que puede estar pasando un alumno y su familia, pero depende del deseo de ese niño y esa familia.
   Ojalá consigamos vivir la muerte como vivimos la vida, pero mientras aprendemos, cuidemos a los niños y niñas que tengamos cerca y no les transmitamos nuestros propios miedos, que ya con los suyos tienen suficiente.

 
                                                                       16 de Diciembre de 2012    



   







viernes, 7 de diciembre de 2012

La Violeta, un cuento con final feliz



Es la 13, la hora del cuento en La Violeta. Ya están todos y todas preparadas y ya saben qué adulto lo va a contar porque lo llevan preguntando toda la mañana. Nuria, Celia, Gema, Tino y Álvaro se turnan para contar cada día un cuento (en la hora del cuento, porque el resto de la mañana lo cuentan cada vez que alguien se lo pide). A veces es un cuento tradicional, otras es una narración de una historia cualquiera.
 Algunas veces utilizan muñecos, cuerdas, pañuelos y otros objetos como apoyo visual y, otras es un cuento donde las protagonistas son las palabras y así cada cual se imaginará sus propios personajes. Veo que a los niños y niñas les gusta mucho cuando se utilizan muñecos (y, sobretodo, cuando prestan uno suyo para ser usado en el cuento) y esto ayuda mucho a los más peques ya que les ayuda a entender mejor y mantener la atención, pero reconozco que soy fan de las historias sin imágenes y, por supuesto, de los libros sin ilustraciones. Es bueno también ofrecer imágenes (y cuando son muy peques, las imágenes  y las fotos son lo mejor para "leer" un libro) y es difícil no hacerlo hoy en día con las ilustraciones tan maravillosas que nos ofrecen muchas editoriales, pero hay que intentar que también haya de lo otro cuando ya están preparados/as para seguir una historia solo con escucharla. Todas las imágenes que le demos a un niño/a, le estamos evitando inventarlas y, en esta etapa entre los 3 y 6 años tienen tal derroche de imaginación y creatividad, que es un regalo contarles historias en las que los personajes y paisajes de cada oyente sean distintos (después de esta edad siguen teniéndola pero, en parte depende de lo que hayan recibido anteriormente).
    Cuando yo era pequeña, Disney se encargó de poner imágenes a muchos personajes de los cuentos y es probable que Blanca Nieves fuera la misma para muchos de nosotros/as (misma cara, misma ropa y misma forma de moverse) pero ¿Qué me decís del Ratoncito Pérez o de aquellos personajes que nunca vimos en un dibujo? Cada cual dibujó el suyo. Siempre pregunto a mis alumnos y alumnas qué sienten cuando leen un libro y luego ven la película; la gran mayoría dice que le decepcionó un poco… Cuando leemos algo, influye mucho el lenguaje y las descripciones que el autor o autora realiza de los personajes y ambientes, y esto es algo a tener muy en cuenta al hablar de los cuentos. La mayoría de los cuentos tradicionales originales (no las adaptaciones) tienen descripciones muy ricas de cómo son y cómo actúan los personajes y eso ayuda a crear escenarios en nuestra imaginación llenos de detalles y color.  
     Ya conocemos razones suficientes para entender que contar cuentos es algo bueno, pero esto es solo el principio. El final sería observar (y preguntar) cómo se siente  cualquier persona de cualquier edad cuando escucha un cuento de hadas, una historia mitológica, una fábula, cuando le leen un libro, etc… No conozco a nadie que no le guste. Entre medias de estas razones podemos hablar de cuántas cosas aportan los cuentos a los niños y niñas ya que son un alimento para su imaginación, sus emociones, sus hábitos y su comprensión del mundo y de la vida, su iniciación a la lectoescritura, etc.... Está muy cerca del aporte que les supone el juego y por eso, el juego y el cuento son dos de las cosas fundamentales que debemos ofrecerles a diario (en la escuela y en casa) a todos los niños y niñas de cualquier edad (siempre que nos sea posible, claro). 
    La temática del cuento, al igual que sus elecciones en el juego, va cambiando y va siendo cada vez más compleja (en descripciones, temáticas o longitud de la historia). Es muy importante respetar los gustos y peticiones de los oyentes. Según van creciendo, van cambiando sus intereses y según qué les contemos y la intención e ilusión que pongamos, elegirán una temática u otra.
     Mi buen amigo Jaime Buhigas me introdujo en el mundo de la mitología al contagiarme su pasión por ella mientras me contaba historias durante largas caminatas en el Camino de Santiago. Desde entonces, me apasiona la mitología y siempre que puedo, cuento las historias a mis alumnos y alumnas de 5º y 6º de Primaria. Les encanta, les engancha, les despierta dudas y siempre que acabo, aunque sea la hora de irse a casa, me piden que siga (los mitos enganchan historias de diferentes personajes y se podría seguir y seguir sin parar). Es impresionante el silencio que hay en la clase (y en la Violeta con niños/as mucho más pequeños/as) y, por las caras que les veo poner, parecen estar escuchando con cada poro de su piel.
      Imaginad qué pasa cuando a los alumnos y alumnas les introducimos los contenidos de las asignaturas en forma de cuento o aprovechamos libros que ya existen para hablar de matemáticas o de lengua. No solo lo entienden mucho mejor sino que les interesa y les engancha. Aunque ya sabéis que soy partidaria de huir de las clases organizadas por edades y por asignaturas, soy consciente de que la gran mayoría estamos en una situación de escuela  tradicional y hay que ir buscando herramientas para que nuestros alumnos y alumnas no odien los contenidos y mantengan esa motivación natural siempre viva. Al final de este post os diré algunos de los libros que me han ayudado a contar historias a los/as más mayores.
     Espero que ya estéis absolutamente convencidos y convencidas (si es que aún no lo estabais) de lo bueno que es contar historias y, en especial, de lo necesarias que son en el desarrollo de los/as más pequeños/as. Una vez que se está en este punto, surgen las dudas acerca de qué cuentos narrar ya que hay algunos tradicionales, algo violentos y sangrientos, que dan miedo y muchas madres y padres prefieren no contar, o es el propio niño o niña que no lo quiere escuchar. Parece ser que esas historias tan “crueles” o las que contienen algún momento de “susto” no afectan a los oyentes infantiles como nos afectan a los adultos. A ellos les llega como otro tipo de información. Yo no soy una experta en este campo (aunque he leído varios libros sobre el tema y ahora estoy con el “Psicoanálisis de los cuentos de hadas” de Bruno Bettelheim) así que no voy a dar más explicaciones y pediré a mi amigo y gran cuenta cuentos Juan Grocin (“Juan Malabar”) más información o incluso, si puede, que escriba algo para publicar en “yoviendoescuelas”. Así como os pido a vosotros/as que nos contéis lo que sepáis, o vuestra experiencia como contadores y contadoras de historias.  De momento, os dejo un par de artículos de Gustavo Martín Garzo, un escritor que me encanta y que conoce mucho sobre los cuentos: El secreto de los cuentos y El pájaro de oro.
     Mi experiencia como observadora en La Violeta ha sido muy enriquecedora porque he podido ver cómo los niños y niñas de estas edades escuchan y reaccionan al oír cuentos. Cuando se les cuenta una historia con poco argumento, sin personajes importantes y sin sustos, lo disfrutan como si se les estuviera aplicando un bálsamo; cuando las historias encierran una trama y algún momento inquietante, están activos/as, recibiendo información, poniéndose en el lugar de los personajes y ocurre algo muy especial: es como si cada uno y cada una se quedara con la parte que más necesita escuchar (por su situación personal del momento o por su estado anímico ya que les ayuda a entender sus propios procesos personales) y he visto que, el cuento bien contado conecta de verdad con los procesos emocionales de cada oyente. 
     Un día vi a un cuentacuentos muy bueno contar a un grupo de niños y niñas y ocurrió algo muy interesante; él estaba contando un cuento con piezas de madera y cuando apareció el ogro (pieza de madera muy simple que no asustaba nada) que se quería comer a los chivos, un niño de unos 5 años rompió a llorar desesperadamente y tuvo que abandonar la sala porque no quería seguir ahí y porque no paraba de llorar. Los demás seguían disfrutando y se partían de risa cuando, después de pasar, con unos pocos nervios, el momento de "susto", vieron como el chivo grande corneó al ogro varias veces y acabó cruzando el puente y reuniéndose con sus compañeros. Bien, pues ese niño se asustó porque conectó con su miedo interno, con algo muy dentro de él, y el cuento le dio la oportunidad de sacarlo sin necesidad de hablarlo ni entenderlo. Cuando el cuentacuentos terminó de contar sus magníficos cuentos, fue a buscar al niño, le enseñó de cerca el ogro y le terminó de contar el cuento a él para que viera como los chivos acaban ganando al engañar al ogro. Así pudo cerrar su proceso emocional, confirmando que todo acaba saliendo bien. El cuento no daba miedo pero el niño sí sintió miedo, su propio miedo, al igual que sintió calma cuando todo acabó bien. "No vemos las cosas tal como son, sino tal como somos nosotros" dice el Talmud.

    Existe mucho debate acerca de qué cuentos contar pero no hay ningún debate acerca del aporte tan rico que supone para la infancia contar cuentos e historias. Por eso yo, desde aquí os animo a que no dejéis de hacerlo nunca y que elijáis lo que os haga sentir que es bueno para los niños y niñas que tengáis cerca. Y que os sintáis libres de inventaros cuentos sobre la marcha o se los leáis vosotros/as o los leáis juntos (a veces con dibujos y otras sin ellos). Cualquier momento es bueno y les gusta mucho antes de dormir.

    En mi último día de visita en La Violeta tuve la suerte de contar "El Cuento" y tener a 24 oyentes de entre 2 y 5 años escuchando atentamente mientras yo desplegaba mis habilidades de papiroflexia, utilizando un folio que se transformaba en distintos personajes. Fue un regalo, fue un disfrute. Contar cuentos me gusta, es otra forma de dar amor.

    Desde aquí quiero agradecer al grupo que compone La Violeta por haberme permitido disfrutar de esta experiencia y ver, más de cerca, cómo son los más pequeños/as.

                               Gracias, violeteros y violeteras.




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Algo de bibliografía:
    Cualquier libro que cuente una historia es apropiado para ser leído en el aula pero aquí os dejo algunos relacionados con las asignaturas de Lengua o Mates que yo he utilizado en tercer ciclo de Primaria (leídos directamente o preparándome antes la historia y adaptándolo a su lenguaje).

  • Malba Tahan. El hombre que calculaba. Veron editores.
  • Carlo Frabetti. Alicia en el país de los números.
  • Hans Magnus Enzensberger. El diablo de los números. Ed. Siruela.
  • Carlos García Retuerta. Roger Ax, la divertida historia de la humanidad. Ed. Alfaguara.
  • Jesús Marchamalo. La tienda de palabras. Ed. Siruela.
  • José Calles. Mitos y leyendas populares. Libsa.
  • Gianni Rodari. Gramática de la fantasía. Plaza edición Barcelona.
  • Pierre Grimal. Diccionario de mitología griega y romana. Paidós.
Para los más peques hay bibliografía de sobra, empezando por cuentos clásicos y siguiendo por todos los libros nuevos que se van publicando (con y sin ilustraciones). Si necesitáis orientación, decidlo y yo os hago una lista.