sábado, 9 de noviembre de 2013

¿Cómo se escribe la "JA"?


    ¿De verdad que pueden aprender a leer sol@s? ¿Y a escribir también?
    Que si, que ya os lo decía yo ¿No veis que es una de las cosas más atractivas y divertidas para l@s niñ@s? ¿No veis que lo hacemos todas las personas y están imitando y absorbiendo como esponjas? Es como andar, lo desean desde que ven que todas las personas lo hacen. Alguien que vive en un ambiente alfabetizado y lleno de mensajes escritos por todas partes, aprende por el puro deseo de aprender. Lo peor que podemos hacer es forzar a un bebé a que camine antes de que esté listo y lo desee (normalmente lo desea mucho antes, pero su cuerpo no está preparado). Igualmente, lo peor que podemos hacer es forzar a un niño o niña a que aprenda a leer y escribir antes de que esté list@ y lo desee. 
¿Las consecuencias? Imaginadlas, si no las conocéis ya. Forzar cualquier proceso natural del desarrollo es negativo para el posterior desarrollo. Ya sabemos que "los árboles no crecen tirando de las hojas". 

"Quiero a mi mamá"
Patatas,pollo,lentejas,chorizo.
     Las motivaciones las tienen a diario, cualquier tema es una oportunidad para escribir y cuando están en un espacio libre, sin juicio, donde se respetan los procesos, van escribiendo sin miedo a equivocarse, a veces descubren ell@s sol@s y van usando únicamente las vocales para construir palabras, y otras veces van preguntando y se lo escribimos en una pizarrita (mientras decimos la palabra para que asocien el sonido a la grafía) para que puedan copiar las letras.
      La verdad es que es una suerte presenciar estos procesos, sigue siendo emocionante con cada niño o niña que empieza ese camino de descubrimiento y autoaprendizaje.

     Un grupo de niñ@s está en el jardín, se han construido de forma muy improvisada una mesa con unas tablas de madera para fabricar caretas de miedo para quien quiera, y quieren anunciarlo en un cartel de madera. Viene B. y me pregunta:
 -¿Cómo se escribe la "ja"? 
- ¿La "ja"?-pregunto yo
- Sí, pero la "ja" de halloween. - ¿y "güin"?- me vuelve a preguntar
    Escribo la palabra con un palo sobre el barro y él va y viene varias veces hasta asegurarse de que lo ha escrito bien. En ese momento, parece que le va la vida en escribir ese cartel, es tan fuerte su deseo, que no necesita que nadie le obligue a escribirlo y, por supuesto, y enlazando con lo que os contaba en el post ¿Qué pasa cuándo decimos "muy bien"?, su propia satisfacción es suficiente y nadie tiene que aplaudirle, ni darle la enhorabuena, ni ponerle un MB en rojo en aquella ficha  tan aburrida que le mandaron de deberes.
     La vida en El Dragón es así constantemente, se sienten libres para escribir algo a su mamá, para apuntar sus platos de comida favoritos o los materiales que se necesitan comprar. 

      Halloween...Los cuentos de miedo también han sido protagonistas estos días en El Dragón. Unos niños van anunciando por la casa "Quién quiera escuchar una historia de miedo que vaya a la sala de música". Ahí se acaba juntando un grupo de edades variadas deseoso de escuchar la historia. 
     Justo cuando se baja un poco la persiana para conseguir algo de oscuridad, varias niñas de 3 años deciden no quedarse y piden salir de la sala. Algunos de 4 y 5 se quedan cerca de mí para coger mi mano, si lo necesitan. Uno de 6 intenta negociar con el que va a contar para que la persiana no se llegue a bajar del todo, pero le dice que en algún momento se quedará todo oscuro así que, como la historia es así, si no quiere se puede ir. Tardan un rato en negociar porque N. no quiere perderse la historia y no quiere oscuridad. L@s demás dan ideas y le ayudan y animan para que se quede. Al final se sienta a mi lado y se queda. Hay dos ayudantes: uno sube y baja unas rendijas la persiana cuando el "narrador" se lo indica, el otro toca las teclas del piano para crear ambiente de misterio, miedo y susto (¡y cómo lo consigue!).
     Mi papel ahí es solo el de estar. Estoy para garantizar la seguridad de tod@s, para acompañar a quien me necesite, para ayudar a que se realice la actividad con éxito y para pararla solo en el caso de que vaya en contra de las normas básicas de convivencia (respeto a personas y materiales).
    La presencia adulta ayuda ahora que llevamos poco tiempo funcionando pero la regulación ideal la va creando el grupo, no la autoridad adulta. Tod@s l@s que acudieron a la sala decidieron las normas de ese momento, se ayudaron si tenían miedo, se dijeron "eso no lo digas en la historia, es una palabrota y no nos gusta" y establecieron las consecuencias para los que interrumpían: "Cada vez que interrumpáis y no me dejéis contar, subiré un poquito la persiana y habrá menos oscuridad" y así lo hacía, oye, sin avisar más y sin echarse atrás. Casi acaban a plena luz con la persiana hasta arriba pero se recondujeron y volvió la oscuridad.
    Cuando terminaron, les invité a hablar de sus miedos. Cada niño y niña de entre 4 y 9 años se contaron qué les asusta y se dieron consejos para superar los distintos miedos.
    ¡Vaya momento tan interesante! Sus emociones en juego, sus íntimas preocupaciones compartidas sin miedo. En ese momento ya estaba yo a punto de caramelo, con los pelos de punta y la emoción aflorando en forma de lagrimita. pero ya me tuve que contener de verdad cuando les pregunté:
- ¿Creéis que los adultos tenemos también miedos?
- - dijo N.- Los adultos tenéis miedo de que les pase algo a l@s niñ@s. 

     Aunque suene muy poco a educación activa y respetuosa, he de decir, que me los comería a tod@s. Mi gran amiga Manuela siempre dice que entiende a los ogros ( y la entiendo) y Gustavo Martín Garzo describe, como siempre de forma exquisita, ese deseo en su libro "Todas las madres del mundo":

LAS OGRESAS:
    Lo peor de las madres de los ogros era su terrible apetito. No era, en absoluto, que no quisieran a sus hijos. Es posible, de hecho, que pocas madres hubiera en el mundo que quisieran más a los suyos, sólo que tenían que luchar contra esa naturaleza devoradora de carne que como ogresas les correspondía. Y esto las hacía sufrir terriblemente, pues les bastaba con ver a sus ogritos y ogritas recién nacidos, para que, al encontrarlos tan guapos, sintieran unas irresistibles ganas de comérselos. Por eso, la crianza era para ellas un auténtico infierno. Como todas las madres, se veían obligadas a bañarlos y a cambiarlos, a darles de comer y a dormirlos, y, como a todas ellas, nada les parecía más hermoso en esos momentos que el bebé que tenían que cuidar y atender. Pero su problema, al contrario que el de las otras madres que existían, humanas y no humanas, era que cuanto más hermosos los veían más apetecibles les resultaban. Y más ganas, por tanto, les entraban de comérselos. Por eso, no había escena más dolorosa que asistir al momento en que, tras no poder resistirse más, una ogresa finalmente se comía a su hijita, mientras enormes lágrimas corrían por sus mejillas. Dicho así parece una barbaridad, pero puedo aseguraros que no había en el mundo una escena de amor más delicada y tierna. «Qué culpa puedo tener yo —parecían estar diciendo mientras besaban y lamían los huesecillos que iban quedando en la mesa— de que fueras una ogrita tan guapa.»

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